La concentración convocada por la Plataforma Segoviana por el Pueblo
Palestino conmemorando el 77 aniversario de la NAKBA tuvo lugar en la
Plaza del Azoguejo el 15 de mayo. Un centenar de personas se dieron cita
en torno a banderas palestinas y a dos pancartas, en una de ellas podía
leerse “Solidaridad con el pueblo palestino”, en la otra “Paremos el
genocidio del pueblo palestino” y canciones palestinas que se escuchaban
por la megafonía.
Puntualmente comenzó el acto con unas emotivas palabras de presentación y
duelo por las ya más de 52.000 personas asesinadas en tierra palestina
por el estado de Israel. Se hizo un sucinto resumen de la situación
actual y se expresó con claridad el apoyo al pueblo palestino frente al
genocidio que está llevando a cabo Israel con el apoyo de Estados Unidos
y el silencio, la colaboración o la inacción de otros muchos entre los
que se encuentran, sin duda, los países europeos.
Tras esta introducción
se corearon con fuerza consignas como “Desde el río hasta el mar
Palestina vencerá”, “Libre Palestina”, “Estado sionista, estado
terrorista” y otras muchas más. También algunas canciones, como la ya
conocida “Libre Palestina”.
Siguió
la lectura del manifiesto en el que de forma pausada, pero contundente,
se argumentaron las mismas ideas que expresaban pancartas y cánticos.
Al término del mismo los presentes se escuchó una ovación y un pequeño
pero expresivo momento de silencio, roto al final por nuevos aplausos y
consignas solidarias.
Desde la megafonía se invitó a todas las personas que en ese momento
transitaban por el Azoguejo a sumarse a la causa, pues es una cause de
la humanidad, independientemente de nacionalidades, credos, idiomas o
procedencias. Varias personas se dirigieron al público a través de
megafonía solidarizándose con el pueblo palestino y transmitiendo la
idea de NUNCA MÁS OTRA NAKBA, ni en Palestina ni en ningún lugar.
77 años después de la expulsión forzada de más de 700.000 palestinos, el
genocidio en Gaza confirma que la Nakba no es historia: es presente.
El
15 de mayo no es una fecha cualquiera en el calendario del pueblo
palestino. Es el día en que recuerdan la pérdida de su tierra, su hogar y
su historia. Pero no se trata de una efeméride estática, encerrada en
los libros de texto o conmemorada en museos: la Nakba, que significa “la
catástrofe” en árabe, no es solo un evento del pasado. Es un proceso en
curso. Un crimen prolongado durante 77 años. Un exilio forzado que se
actualiza cada día con nuevos nombres, nuevas víctimas y nuevos
silencios.

En 1948, con la proclamación del Estado de Israel, comenzó una campaña
de limpieza étnica sistemática para expulsar a la población autóctona
palestina de sus tierras. Más de 700.000 personas fueron desplazadas.
Sus casas fueron saqueadas, sus aldeas arrasadas, sus nombres borrados
de los mapas. Lo que comenzó como una estrategia militar planificada (el
Plan Dalet), derivó en una tragedia humana sin precedentes: 531 pueblos
destruidos, cientos de masacres, y un pueblo reducido a escombros y
memoria.
Una limpieza étnica planificada
La versión oficial
que Occidente adoptó durante años hablaba de un conflicto entre iguales.
Pero no fue así. Los hechos están documentados: las milicias sionistas,
como la Haganá, el Irgún y Lehi, llevaron a cabo operaciones de terror
para forzar la huida de los palestinos. Una de las más emblemáticas fue
la masacre de Deir Yassin, donde 107 civiles fueron asesinados
brutalmente. El mensaje era claro: marcharse o morir.
Mientras la
comunidad internacional asistía al nacimiento del Estado de Israel como
una suerte de redención tras el Holocausto, se legitimaba de forma
cínica un nuevo colonialismo: el que se construyó sobre las ruinas de
otro pueblo. La ONU reconoció a Israel en 1948, pero no garantizó el
cumplimiento de la Resolución 194, que estipulaba el derecho al retorno
de los refugiados palestinos. Ese derecho sigue sin cumplirse.

Hoy, cerca de 6 millones de personas palestinas viven en campos de
refugiados repartidos entre Cisjordania, Gaza, Jordania, Líbano y Siria.
Muchas de ellas conservan las llaves de sus casas originales, como acto
simbólico de una memoria que se niega a morir. Porque la Nakba no fue
un único episodio: fue el comienzo de un apartheid, una ocupación y un
cerco.
Ocupación, apartheid y negación
Tras la guerra de 1967,
Israel se anexionó Gaza, Cisjordania y Jerusalén Este. La ocupación se
institucionalizó y se transformó en un régimen de apartheid. Se
construyeron asentamientos ilegales, se instalaron checkpoints
militares, se fragmentó el territorio en enclaves separados por muros y
carreteras de uso exclusivo para colonos. La vida palestina se convirtió
en una carrera de obstáculos, de humillaciones y de prótesis jurídicas.
Amnistía
Internacional, Human Rights Watch y la organización israelí B’Tselem lo
han denunciado de forma contundente: Israel mantiene un régimen de
apartheid que vulnera sistemáticamente los derechos humanos del pueblo
palestino. No se trata de una opinión, sino de una constatación legal y
política. La diferenciación de sistemas legales, el uso del agua, la
movilidad, la confiscación de tierras y la violencia armada son parte de
una estrategia de supremacía nacional institucionalizada.
En la
Franja de Gaza, la situación es aún más extrema. Desde 2007, Israel
mantiene un bloqueo total sobre el enclave, controlando sus fronteras,
su espacio aéreo y marítimo. Gaza es una cárcel al aire libre. Sus dos
millones de habitantes viven bajo asedio constante, sin posibilidad real
de escapar, con recursos sanitarios y energéticos limitados, y
sometidos a bombardeos cíclicos que destruyen escuelas, hospitales y
viviendas sin distinción.
Gaza, 2023-2025: la Nakba en directo
Desde
el 7 de octubre de 2023, el mundo asiste a un episodio de violencia
genocida sin precedentes desde la creación del Estado de Israel. La
excusa fue el brutal ataque de Hamás, pero la respuesta ha superado
todos los límites de la legalidad y la humanidad. En poco más de un año y
medio, más de 35.000 personas han sido asesinadas en Gaza, entre ellas
15.000 niños.
Israel ha bombardeado hospitales, refugios de la
ONU, convoyes humanitarios, zonas residenciales y centros escolares. Ha
matado a periodistas, médicos y cooperantes. Ha usado el hambre como
arma de guerra, impidiendo la entrada de alimentos y agua potable. Ha
destruido infraestructuras esenciales, dejando a millones de personas
sin electricidad, medicinas ni posibilidad de evacuación.
La
Corte Penal Internacional y el Tribunal Internacional de Justicia
investigan estos crímenes, pero las potencias occidentales siguen
otorgando impunidad diplomática, militar y mediática al gobierno de
Netanyahu. Estados Unidos ha vetado múltiples resoluciones de alto el
fuego en el Consejo de Seguridad. La Unión Europea ha mantenido acuerdos
comerciales y exportaciones de armamento. Y España, pese a algunas
declaraciones simbólicas, sigue sin suspender la cooperación militar con
Israel.
Hoy, Gaza es el rostro de la Nakba: una población
desplazada, perseguida, demonizada y aniquilada ante la mirada del
mundo. Los palestinos ya no huyen con llaves en los bolsillos, sino con
las manos vacías, porque no queda casa alguna a la que volver.
Recordar para resistir
Hablar
de la Nakba es hablar de colonialismo, de racismo institucional, de
ocupación, de apartheid y de impunidad internacional. Pero también es
hablar de memoria, dignidad y resistencia.
Cada 15 de mayo, el
pueblo palestino recuerda no solo lo que perdió, sino también lo que
mantiene: su derecho al retorno, su identidad, su historia y su lucha.
Las marchas del retorno, las huelgas generales, las campañas de boicot y
los testimonios de quienes sobreviven en el exilio son formas de
resistir a una narrativa que quiere borrar su existencia.
La Nakba no es un evento cerrado. Es una herida abierta. Y no se puede hablar de paz sin justicia, ni de justicia sin memoria.
El deber de no mirar hacia otro lado
Para
Europa, la causa palestina fue durante décadas una cuestión secundaria,
un «conflicto lejano» entre dos partes. Hoy, esa neutralidad se ha
convertido en complicidad. Los gobiernos que siguen armando a Israel,
que justifican su violencia o que criminalizan la solidaridad con
Palestina, están siendo cómplices de un genocidio.
Porque lo que
ocurre hoy en Gaza no es un «exceso en la defensa propia», sino un
proyecto de limpieza étnica planificado, sostenido y ejecutado con
tecnología de última generación y narrativa propagandística.
Decir
«Nakba» en 2025 es decir «Rafah», «Deir al-Balah», «Khan Younis»,
«campo de refugiados de Jabalia». Es decir «hospital Al-Shifa», «niños
amputados sin anestesia», «fosas comunes con cuerpos sin identificar».
Es decir «muerte por inanición» mientras camiones con ayuda esperan al
otro lado de la frontera.
Palestina vive, resiste y nombra
En
medio del horror, el pueblo palestino sigue levantándose. Desde el
corazón de Gaza hasta los campamentos del Líbano, desde Jerusalén hasta
las universidades europeas ocupadas por estudiantes que exigen cortar
los lazos con el apartheid israelí.
El 15 de mayo no es solo un
día de duelo. Es un día de denuncia, de acción y de compromiso. La Nakba
no terminó. Pero tampoco la lucha por justicia.
Por eso, hoy y siempre: Palestina libre. Desde el río hasta el mar.